Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

REFLEXIONAR LO REGIONAL[ 1 ]

Pablo Serrano Álvarez


Desde fines de la década de los sesenta, los estudios regionales cobraron impulso en las ciencias sociales como una forma de conocer y analizar fenómenos y procesos que reflejaban la heterogeneidad y diversidad de la nación mexicana. La preocupación por romper con la tendencia homogeneizadora del Estado, ensalzada por las interpretaciones globales que negaban, implícita o explícitamente, la diversidad de los procesos, creó nuevos objetos de estudio, nuevos enfoques analíticos y variadas interpretaciones de la realidad, cuyo centro analítico se basaba en especificidades regionales, o aun locales, nunca antes estudiadas.

Principalmente, en la década de los ochenta, el conjunto de las ciencias sociales se encargaron de desentrañar múltiples y variados fenómenos y procesos regionales, que empezaron a evidenciar la diversidad y heterogeneidad histórica, geográfica, sociológica, política, económica, cultural, ideológica y hasta ambiental que ha poseído el país. Esto produjo un boom de los estudios regionales, cuyo "impacto" en las ciencias sociales sigue siendo mayúsculo tanto en el nivel teórico multidisciplinario como en la metodología de lo regional, y en los distintos objetos y problemas de investigación que aún surgen para entender, como diría don Luis González, a "MultiMéxico".

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El libro abre con un prefacio de Carlos Martínez Assad, coordinador del volumen, donde se procura analizar el impacto que los estudios regionales han tenido en las ciencias sociales, especialmente en lo que se refiere a la definición regional en México. Asienta que dichos estudios han renovado a las ciencias sociales y replanteado la posición del Estado en el sentido de que los procesos sociohistóricos no se han manifestado de manera homogénea, lineal y unida. Las particularidades y especificidades regionales han reflejado la gran diversidad del país en todos los órdenes en contraposición a un Estado que siempre ha intentado homogeneizar a la nación.

Romper con esta visión fue el primordial objetivo de varias disciplinas sociales, especialmente la geografía y la historia, que fueron las pioneras del concepto de región, identificado con el término de "geopolítica" y aplicado en diversos espacios sociopolíticos a nivel mundial. Influyeron en estos análisis las aportaciones de la escuela francesa de geografía, representada por Paul Vidal de la Blanche, y que influyó de manera importante en la también escuela francesa de los Annales, representada por Fernand Braudel, cuyo planteamiento de la "geohistoria" enlazaba la unión de los conceptos fundamentales de la cuestión regional: el tiempo y el espacio, como determinantes del análisis sociohistórico.

Influyentes también fueron los planteamientos de la economía, asociada al marxismo, que precisó las ligas del modo de producción con el espacio social creado, sobre todo en lo que se refiere a "la distribución espacial de las fuerzas productivas objetivas y subjetivas" (p. 9). En seguida, la antropología surgió como una disciplina preocupada por espacios socioculturales ajenos al progreso de las ciudades modernas, especialmente en lo que se refería a la "vida cotidiana, la cultura y la ideología" de comunidades primitivas y regiones, incluidas o no, en espacios urbanos. Al mismo tiempo, surgieron los urbanistas preocupados por definir a la ciudad y a la sociedad, y cuyos mayores aportes a la teoría y la metodología disciplinaria fueron dados por Manuel Castells y Henri Lefebvre, sobre todo en lo que se refiere a "la producción social de formas espaciales" (p. 9).

Estas aportaciones teoréticas y disciplinarias, sin embargo, confluyeron en la afinación del concepto de región, que rebasó con mucho las fronteras de las ciencias sociales, haciéndolas complementarias y multidisciplinarias. Según Martínez Assad

podría decirse que el espacio concreto es resultado tanto de las formas cristalizadas del espacio físico históricamente reconfiguradas como de las nuevas determinaciones sociales que se desarrollan en su seno, lo cual está en relación con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. A lo que se debe añadir la amplia gama de aspectos culturales [...] y los componentes políticos [p. 9-10].

Es aquí donde la historia, como ciencia social, retomó la multidisciplinariedad del concepto de región a través del marco que le imprimía el análisis de la "geohistoria", que define Martínez Assad como

una unidad de grupos sociales que, asentada en un cierto espacio geográfico natural, ha adquirido, a través del proceso histórico, una dinámica propia, autónoma con una tendencia particular y una identidad singular [p. 10].

De alguna manera, esta visión de la cuestión regional fue retomada por el conjunto de ciencias sociales, específicamente, en el caso mexicano, lo que condujo a un punto de partida común que permitió la maduración de otro enfoque de lo regional y local, y que penetró totalmente en los estudios desarrollados en los ochenta. Esta confluencia teórico-metodológica, sin embargo, no ha permitido una unificación entre las disciplinas, o un elemento determinante del enfoque de lo regional. Más bien, dicho punto de partida fragmentó los estudios en el nivel empírico, sin que los científicos sociales hayan llegado a un acuerdo en el enfoque metodológico, indispensable para una real multidisciplinariedad. Por esto, es indispensable el balance para encontrar perspectivas comunes en el conocimiento de los fenómenos y procesos regionales, en un país cuya centralización ha llevado a fuertes desigualdades, conflictos, desequilibrios y heterogeneidades, necesarios de analizar desde una confluencia multidisciplinaria.

Después de analizar la cuestión regional en México y su complejidad para las disciplinas sociales, Martínez Assad propone un enfoque que debe retomarse en el futuro:

Las características que definen a una región son tan variadas y colindantes, según la disciplina de que se trate, que habría que encontrar el elemento unificador común. Sin un énfasis en el estudio de las fuerzas sociales y observando los objetos políticos que persiguen, el esquema resultaría incompleto. De acuerdo con un criterio sociológico, parece más determinante, en el enfoque regional, el estudio del conflicto para conocer el sentido de las relaciones sociales expresadas en la formación de grupos políticos, y las divergencias que mantienen en un espacio social esos actores, definidos por su identidad y oposición frente a otros grupos o al Estado, en este caso seguido por el objetivo de central [p. 12-13].

Así, el problema regional debe ser replanteado por los especialistas, fundamentalmente en el nivel metodológico, a partir de los elementos conceptuales que definan a la región, la esfera que compete a lo regional y al regionalismo, como entes principales de la dinámica social; lo que también significa el estudio y la reflexión en torno a "los antagonismos, tensiones y conflictos de las fuerzas sociales y políticas con intereses locales y regionales, buscando la relación entre el poder central hegemónico y las instancia de poder en el nivel local o regional" (p. 14). Sólo de esta manera se encontrarán los elementos de confluencia multidisciplinaria, y se darán más luces con respecto a la dinámica social regional y local mexicana.

En seguida, Martínez Assad enuncia el objetivo del volumen: "Se trata de un alto en el camino para revisar lo que se ha hecho y lo que aún queda por hacer", e introduce a los aspectos que abordan los colaboradores, historiadores, geógrafos, planeadores, agrónomos, urbanistas, economistas, comunicólogos, antropólogos. Cuatro secciones se anotan como ejes del balance: la historia, la geografía, la cultura y la política.

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Mario Cerutti inicia con un balance sobre la investigación regional abocada a la segunda parte del siglo XIX, de acuerdo con su propia experiencia en el noreste mexicano y del seminario anual que organiza, junto con el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales desde 1980, sobre la formación del capitalismo en México. En una primera parte anota la "referencia metodológica" que engloba dicha experiencia:

el siglo XIX comienza a considerarse (explícitamente o implícitamente) un periodo en el que no es tan sencillo verificar una historia [proceso] nacionalmente homogénea. Parece más factible encontrar y explicar un conjunto de historias [procesos] recorridas en ámbitos regionales que finalmente se encerrarían en el actual Estado nacional [p. 26-27].

Dicho "ámbito regional" se define como un espacio territorial que va más allá de la región geográfica, con el reconocimiento de una esfera central. Así lo muestran las experiencias históricas del capitalismo regional del noreste, que se extiende hasta Chihuahua, Durango, San Luis Potosí y Texas, específicamente en la segunda mitad del pasado siglo.

Según Cerutti, la "perspectiva regional" de los estudios históricos de ese periodo, atienden a dos sentidos: primero, el reconocimiento de que en países como México el proceso histórico se manifiesta en torno a las regiones, ya que de su articulación surge un Estado nacional. Es entonces, como pasó en México durante el Porfiriato, cuando hay una articulación del poder central, un mercado económico nacional, clases sociales nacionales y dominio nacional de una clase que se extiende en todo el conjunto. La articulación de las regiones, voluntaria o no a ese proceso, se vio claramente durante el siglo XIX, especialmente manifestado, según Cerutti, en torno a la formación del capitalismo en todas sus dimensiones, y que confluye durante el Porfiriato; y segundo, a que la investigación bajo esa perspectiva debe realizarse en los mismos espacios regionales con fuentes del mismo ámbito, por la "peligrosa" visión de las fuentes del centro (capital de la nación). Según esto, el estudio del capitalismo debe partir desde el "microcosmos" regional, negando un "macroenfoque" que se mira desde la capital. Este "principio metodológico" (yo lo definiría como una postura técnica) se basa en un intento, logrado por Cerutti y su grupo, de descentralizar la investigación histórica desde una perspectiva regionalista, opuesta a la investigación que se realiza desde la capital y que también ha dado aportes en muchos casos. Esta postura técnica del autor presenta una visión que fragmenta los estudios, pues el rescate de las visiones nacionales deben considerarse como otro aspecto, influyente o determinante, de las historias regionales, sobre todo en la segunda parte del siglo XIX, cuando la oposición región-centro fue determinante en los procesos.

Desde aquella perspectiva de lo regional, Cerutti expone las conclusiones que ha tenido el seminario de la formación del capitalismo en México desde 1980, a través de tres puntos principales, para entender la dinámica regional de la segunda parte del anterior siglo

a) la formación de un mercado de contornos nacionales; b) la emergencia y desarrollo de grupos burgueses, que se van configurando como una clase social diferenciada en el último tercio del siglo; c) el dominio creciente del capital sobre la producción, la etapa inicial de desenvolvimiento del capitalismo como sistema socio-económico y la modernización que ello exigió [p. 31].

En cuanto el primer punto se muestra una tendencia a la formación, la articulación y la expansión del mercado nacional, desde la especialización y funciones económicas regionales. Esto produjo la formación del mercado interno y la consecuente transformación de las relaciones sociales, la división del trabajo y los medios de producción. Bajo esta premisa, Yucatán se convirtió en una plantación de henequén, fomentada por capitales regionales; o el norte, en emisor de materia prima minera para los Estados Unidos, con capitales externos; o Veracruz con el café, Nuevo León con cítricos, Tabasco con el plátano, etcétera. Esta especialización se vinculó con el mercado interno, beneficiando un cambio de las dinámicas regionales y, sobre todo, una vinculación con el ente central y unificador nacional. Durante ese proceso surgió el segundo punto de conclusiones, como lo fue la formación de sectores burgueses, que para Cerutti es el objeto con más perspectivas y eficacia para el estudio regional, sobre todo porque las fuentes documentales "están en la región". Los mecanismos de enriquecimiento, la concentración de bienes, la diversificación de capitales y la especialización productiva fueron determinantes de la acción de estos grupos y en el cariz regional donde actuaban, por lo que debe seguirse investigando en los ámbitos regionales para entender el proceso global de la formación capitalista mexicana.

Como tercer punto, la modernización productiva y el capitalismo, Cerutti anota que los estudios realizados muestran que dicho proceso se dio diversificadamente aun en los ámbitos regionales, dando pie a desequilibrios interregionales y luchas sociopolíticas de los grupos que querían dominar al Estado nacional en construcción. Aquel proceso de modernización y capitalismo influyó de manera determinante en el equilibrio nacional y, por ende, en las pautas del poder central. Es aquí donde existe un vacío de la investigación que explique la formación del Estado nacional "desde los propios espacios regionales", pues dicha diferenciación del capitalismo y la modernización fue determinante para entender lo que pasó en 1910 con la revolución. Cerutti concluye:

  1. que durante el siglo XIX los poderes regionales influyeron en la estructuración del Estado nacional;
  2. que esos poderes representaron fuerzas sociales incapaces de aliarse en una dinámica nacional, que sólo se logró en un consenso forzado durante el Porfiriato;
  3. que en el siglo XIX aquellos poderes se manifestaron militarmente para dominar políticamente; y
  4. que es justamente en esa acción de dominio, cuando se constituyó el capitalismo regional, que sólo coincidió nacionalmente durante el Porfiriato.

Estas conclusiones son, al mismo tiempo, pautas de investigación que deben seguir permeando los estudios históricos mexicanos, ya que arrojan luces de entendimiento de la realidad decimonónica tan desconocida e incomprendida. El seminario del capitalismo en México, entonces, posee perspectivas halagüeñas en la investigación regional, y una muestra es la cantidad de estudiosos preocupados por desentrañar las bases regionales del capitalismo, sólo en la década de los ochenta del XIX, y que Cerutti muestra en la bibliografía.

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Romana Falcón presenta un balance sobre la historiografía regional desarrollada en torno a la Revolución Mexicana. La tendencia de la historia regional, dice, cobró un auge a nivel mundial después de la Segunda Guerra Mundial, ya que se puso en evidencia que "reconstruir el pasado de un pueblo o de una región permite integrar en un solo estudio a los diversos niveles estructurales -demográfico, económico, político, geográfico, ideológico y demás-" (p. 62). Pese a esto, en el caso mexicano, ha existido una verdadera tradición historiográfica provincial, desde la Colonia y el siglo XIX hasta la Revolución, que ha impedido el olvido de las historias del pueblo, el municipio, los estados y las regiones. La historiografía estuvo hecha por los participantes en los hechos, o por aquellos preocupados por rescatar la historia del terruño, en contraposición de los historiadores profesionales que, sobre todo en este siglo, se opusieron a dicha historiografía con intolerancia y resentimiento. La historiografía de este tipo es a la que Romana Falcón dedica, sin embargo, todo el capítulo, pues ha sido la que con más fuerza ha producido estudios sobre el periodo revolucionario.

La historiografía académica, afirma la autora, se desarrolló en México desde los años cuarenta. Esta producción, sin embargo, hizo hincapié en grandes acontecimientos y personajes que dominan al país entero durante la Revolución. Surgieron obras clásicas del proceso a nivel nacional, como las de Jesús Silva Herzog, Frank Tannenbaum y Eeyler Simpson y tantos otros cuyas interpretaciones globales, homogeneizadoras y hasta ideológicas estuvieron vigentes muchos años después. Las historias regionales siguieron guardadas, pese a los intentos que en 1960 desarrolló el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, para hacer un recuento de la Revolución lineal, ideológica, oficial, apegada a los acontecimientos globales ya conocidos y estudiados por los "clásicos". Después de este intento:

Por un buen número de décadas, la historia regional que en torno a la Revolución hicieron los "profesionales" quedó casi paralizada. A aquella que se producía desde la provincia prácticamente se le condenó al olvido. Se le tildó de inútil, y se le vio con el desprecio que se entiende por los anticuarios. Simplemente no se le creyó que fuese una parcela de la realidad, clave para desentrañar un especial interés teórico o para abundar en nuestro análisis sobre la Revolución [p. 68].

Durante las últimas dos décadas, sin embargo, la historiografía regional sobre la Revolución se encuentra en un auge sin precedentes. La abundante producción refleja una obsesión de la academia, lo que ha representado un parteaguas historiográfico que ha llevado a un replanteamiento y reformulación de la Revolución Mexicana en todos los sentidos. Fueron pioneros en ese sentido, los trabajos de John Womack, Paul Friedrich, Arnaldo Córdova, James Wilkie, Berta Ulloa, Lorenzo Meyer y Friedrich Katz.

En mucho tuvieron que ver en ese auge los avances teórico-metodológicos de la historia, que profesionalizaron los estudios con nuevos enfoques analíticos y marcos de interpretación. Otro proceso influyente fue la creación de centros e institutos de investigación en las regiones mexicanas, y las orientaciones descentralizadoras que adquirieron las universidades y las alternativas de publicaciones. El auge de la historia regional tuvo su punto de arranque en el contexto del final del "milagro mexicano" que empezó a manifestarse desde 1968 que, aunado a los demás procesos, condujo a una preocupación constante por desentrañar las historias de las regiones, específicamente, en el periodo revolucionario, como una forma de replantear todo un discurso oficial y globalizador que no explicaba la especificidad que dicho proceso tuvo, y que no podría explicar el presente. Para Romana Falcón:

Por último, y aquí radica la razón historiográfica más profunda, en el caso de la Revolución Mexicana, el súbito interés por la historia regional constituyó la opción más lógica a lo que parecía ser ya un callejón sin salida: la imposibilidad de continuar elaborando ideas generales sobre lo que ésta fue y significó, a falta de un conocimiento preciso de su acontecer a lo largo y ancho del territorio nacional [p. 75].

La historiografía regional permitió la liga entre el análisis y la descripción, favoreciendo el surgimiento de variados temas, problemas y objetos de estudios de todo el periodo 1910-1940, que hacían alusión a variadas y diversas historias regionales, y que aun permitieron realizar otra periodización del proceso. Los movimientos sociopolíticos, los actores sociales, los cacicazgos, los caudillismos, las economías, las relaciones periferia-centro, los funcionamientos de los poderes, la ideología, los campesinos, los obreros, las elites, etcétera, representaron objetos de estudio que explicaron lo diverso y multiheterogéneo del proceso revolucionario en todos sentidos. Descripción y análisis se ligaron metodológicamente, dando por resultado otra interpretación del significado de la Revolución. El "itinerario historiográfico" de Falcón así la demuestra:

A fin de cuentas, el recuento del pasado en los diversos estados, regiones y comarcas del país, propició, acumulativamente, un parteaguas historiográfico. Las diversas corrientes revisionistas cuyos productos de investigación han sido, en buena medida, la suma de los frutos microhistóricos han puesto en duda, o por lo menos generado matices decisivos en torno a la mayor parte de las ideas originales sobre el movimiento iniciado en 1910 [...]. Un buen número de estudios regionales de corte revisionista se ha encargado de mostrar que la realidad fue mucho más compleja y contrastante que la idea original. La imagen monolítica ha quedado rota en mil pedazos [p. 83].

El revisionismo de la Revolución, desde la perspectiva regional, se constituyó así -dice Romana Falcón- en "la biblia", que tiene o privilegia la particularidad del proceso revolucionario por sobre lo global tan indispensable de definir. En este sentido, las aportaciones de Alan Knight (el más opuesto al revisionismo) y Hans Werner Tobler son interesantes para dar una nueva interpretación de la Revolución que no sea tan fragmentaria. Es necesario, se trasluce de esto, replantear la historia global desde su especificidad regional. Para esto, la autora muestra tres alternativas para el futuro de la investigación histórica regional de la Revolución :

  1. completar "el mapa de lo que fue la Revolución en los diferentes mosaicos que entonces conformaban el territorio nacional" (p. 87);
  2. explorar con un mayor rigor la perspectiva del análisis comparativo de la multitud de monografías regionales y, en vez de globalizar el análisis (tendencias de los revisionistas), es indispensable el estudio y análisis de la naturaleza, evolución y logros del proceso a partir de las macrorregiones; y
  3. la proposición de interpretaciones historiográficas, que lleven a una síntesis que comparta tanto las ideas de los clásicos como de los revisionistas.

Éstos son los retos, para la autora, de la investigación histórica sobre la Revolución y que implican un complejo y difícil proceso de reflexión y análisis.

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Ángel Bassols Batalla abre la sección de geografía con un trabajo que versa sobre "las dimensiones regionales del México contemporáneo", y que parte de la definición de lo regional desde el punto de vista del marco geográfico y de la planeación. La definición de lo regional se encuentra en un gran debate, advierte Bassols, que es estéril y complejo, por esto sólo se refiere a las perspectivas definitorias que él mismo ha dado en su vasto trabajo de investigación, y que se basa en la diferenciación regional mexicana.

Para este autor, la cuestión regional surge a partir de la conjunción entre un orden físico y un orden social, que forman un sistema espacial independiente de los sistemas naturales. Según el propio trabajo del autor, basado en la geoeconomía, aquella conjunción se mantiene y clasifica a partir de una metodología que estudia las "regiones socioeconómicas de intervención política", que son las que tienen una "base física y biológica concreta" y que sirven para la expresión de diversos modos de producción, en cuya dinámica se perciben los sistemas espaciales que constituyen a un país. Este hecho conduce al análisis del proceso histórico de los sistemas, pues el conocimiento del pasado sirve para conocer el presente e incidir así en el futuro, meta principal de la geoeconomía planeadora.

El conocimiento regional, basado en esta perspectiva, funciona para visualizar el conjunto de factores que se expresa en el espacio, modulándose la acción social que debe ser dirigida por la política económica.

El conocimiento de lo regional, según Bassols, debe tipificarse, sobre todo en países como México, ya que:

La tipología sirve para dividir el espacio completo de la república en áreas de distinta categoría, desde las más grandes a las mínimas, del nivel del país al de ámbitos municipales e intramunicipales, es decir en todos los grados donde se ejerza la intervención de la sociedad [p. 96].

El objetivo de la tipología de sistemas "consiste en conocer para actuar mejor" para "dirigir" el futuro regional. Esto se ha demostrado en la propia investigación que ha realizado el autor.

En seguida se menciona la tipología de regiones socioeconómicas que Bassols creó para el caso mexicano, basándose en el modo de producción, los niveles de desarrollo material y tecnológico y en la variable administrativo-política. La regionalización se da a partir de doce divisiones:

  1. el país,
  2. las grandes macrorregiones,
  3. grandes regiones,
  4. mesorregiones,
  5. entidades-región,
  6. regiones medias,
  7. subregiones,
  8. distritos,
  9. comarcas,
  10. municipios,
  11. áreas y
  12. microrregiones.

El estudio de esta regionalización ha sido imperativo para la intervención política y el conocimiento de factores que inciden en el modo de producción y los niveles de desarrollo. En esto también son influyentes los factores físicos y biológicos, que reflejan la naturaleza propia de las regiones y su interacción con el orden físico y el orden social.

Después de dar este punto de vista, Bassols realiza un balance exhaustivo de la historia de las regionalizaciones mexicanas. Se revisan éstas desde Alejandro de Humboldt, quien las estableció en el Ensayo político de Nueva España ; la dimensión centralista y monárquica de Manuel Orozco y Berra dada en 1857; la división que hizo Max Sorré en la Géographie universelle en 1928; la primera regionalización contemporánea hecha por Manuel Mesa A. en 1930; la división económico-agrícola de R. Villarreal realizada en 1936; la división oficial que perduró entre 1930-1960 y que se realizó en la Dirección General de Estadística de la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, que influyó en las acciones de la planeación del Estado; la hecha por Emilio Alanís Patiño en 1933, que respondió a zonas, regiones y distritos económicos; las aportaciones que realizó el investigador soviético Y. Máshbits, ya en la década de los sesenta, así como la división regional hecha durante el gobierno de López Mateos por la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, donde colaboraron el propio autor, Jorge L. Tamayo y Jorge A. Vivó.

Menciona asimismo las múltiples regionalizaciones públicas y privadas, como la hecha en 1959 por el Instituto Mexicano de Investigación Económica; la de 1964 realizada en la Secretaría de Hacienda y presentada en el V Congreso Internacional de Planificación; las múltiples regionalizaciones estatales de la Secretaría de la Presidencia entre 1965 y 1975; los estudios de la misma secretaría en el gobierno de Echeverría; las divisiones hechas a partir de 1971 por el Comité Promotor del Desarrollo; los estudios hacendario-económicos de la Secretaría de Hacienda en 1973; las realizadas por el geógrafo francés J. Revel Mouroz en 1973, y las regionalizaciones sociales hechas por Claudio Stern, Nacional Financiera y el Instituto Nacional de Estadísticas, Geografía e Informática en las décadas de los setenta y ochenta.

Este recuento sirve a Bassols para distinguir los cambios que han experimentado las grandes regiones mexicanas entre 1960 y 1987, que analiza a la luz de la producción de investigaciones, anexando cuadros de los factores considerados por la nueva regionalización del país.

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Gonzalo Arroyo sigue con un texto que analiza las regiones agrícolas de México, a partir de la modernización agrícola, la heterogeneidad estructural y la autosuficiencia alimentaria. Más que un balance de los estudios, el autor presenta un análisis de los "cambios regionales producidos en la agricultura mexicana entre 1940 y 1970" (p. 147). De acuerdo con este análisis: "El conocimiento de las regiones agrícolas parece ser de gran importancia para que, por ejemplo [...] la planificación agropecuaria y social sea efectivamente descentralizada y establezca mecanismos eficaces de participación para los productores y otras instancias locales, municipales y regionales" (p. 147-148). Afirma que para este análisis ha utilizado la regionalización establecida por Ángel Bassols, y que su objetivo es caracterizar la crisis alimentaria actual a partir de sus causales históricas, para ver la forma en que se ha manifestado la modernización agrícola.

El análisis económico emprendido por Arroyo lo lleva a varios puntos de importancia para entender la desigualdad agrícola, como son la insuficiente oferta nacional de alimentos y los antecedentes históricos de la crisis alimentaria, para luego revisar la evolución de las regiones agrícolas entre 1940 y 1970, a partir de variables como la distribución de la tierra, la fuerza de trabajo, la producción agrícola, ganadera, forestal y agroindustrial. Establece subregiones a partir de macrorregiones: Noroeste, Norte, Noreste, Centro-occidente, Centro-sur, Pacífico-sur, Golfo y Península de Yucatán. El análisis de la producción, la oferta y la demanda, el riego, la tenencia de la tierra y los caracteres físicos, con porcentajes y cantidades, lo lleva a una caracterización que permite examinar los rasgos de la modernización heterogénea, la industrialización del agro y de la ganadería, como variables de la crisis alimentaria. Esto sirve para llegar a la conclusión de que la modernización agrícola debe desarrollarse en función de la heterogeneidad regional, lo que es una obviedad que los planeadores no han considerado siempre.

El autor anexa una cantidad increíble de cuadros agrícolas, con cifras que apoyan su análisis de la heterogeneidad, como factor de la crisis alimentaria y la necesidad de modernización. En mi opinión, el trabajo no aporta mucho, excepto la regionalización agrícola que refleja la siempre real heterogeneidad de producción, propiedad y especialización. El análisis es muy general y poco consistente, aunque anota una buena perspectiva para el estudio regional.

Termina la sección de geografía un texto de Enrique Contreras Suárez, que analiza las "tendencias recientes de la urbanización en la frontera norte de México". Al igual que el anterior artículo, en éste no se pretende un balance de estudios, sino un análisis de perspectiva donde se privilegian los aspectos económicos de la producción y el consumo y los fenómenos demográficos, confiando en que después se puedan estudiar cuestiones sociales, políticas y culturales.

Contreras comienza revisando las nociones de lo fronterizo, donde han perdurado dos enfoques, el estático o el tradicional normativo y el dinámico o de movilidad social. Ambos enfoques procuran dar las características estructurales (económicas, políticas, culturales, sociales) del fenómeno fronterizo, aunque el autor prefiere utilizar el enfoque dinámico que define a lo fronterizo desde un punto de vista regional (aunque el autor no lo dice así explícitamente): "Lo fronterizo adquiere así un sentido de inestabilidad relativa, en cuanto que es síntesis de procesos que, en buena medida, escapan al control de sus agentes sociales" (p. 226).

Las ciudades fronterizas, por el contrario, son espacios donde los agentes sociales tienen una amplia participación, conduciendo a la conjunción estructural. En seguida, el autor hace un resumen de la heterogeneidad interna de la frontera norte mexicana hasta los ochenta, especialmente en lo que se refiere a la cuestión económica, que ha sido la causal más importante de la heterogeneidad urbana.

El bienestar urbano en cuatro ciudades (Tijuana, Ciudad Juárez, Mexicali y Nuevo Laredo) se da desigualmente como efecto de lo que produce la industria maquiladora, la escasez de servicios para una vasta población, los movimientos migratorios y los bajos niveles de bienestar. Esta tendencia sugiere conflictos que el autor no analiza ni explica en función de dicha heterogeneidad. Esto no permite visualizar cuál será la tendencia del fenómeno urbano en la frontera, sobre todo a la luz del enfoque de análisis escogido por el autor.

El apego a describir las variables económicas de las ciudades fronterizas, en años recientes, impide la comprensión del significado estructural de la urbanización, sobre todo en lo que se refiere a la participación social, pues parece que la heterogeneidad sólo se da en función de los efectos desiguales de las maquiladoras, los movimientos migratorios y los niveles de bienestar. ¿Y los fenómenos intraurbanos, cuál tendencia han seguido? El autor no responde a esto y se queda en la generalidad.

El aporte de este texto se restringe al análisis de los enfoques para el estudio urbano-regional de la frontera norte mexicana y en anotar una perspectiva de investigación interesante, sin aterrizar en los factores determinantes (y por ende, estructurales) de la tendencia de urbanización de la frontera. Hubiera sido importante la realización de un balance de los estudios emprendidos sobre la frontera norte en todas sus dimensiones, anotando la necesidad de estudio del proceso de urbanización y su "estado de la cuestión", ya que el artículo de Contreras es muy especializado y general.

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La tercera parte, que se refiere a la cultura, se abre con un artículo de Enrique Sánchez Ruiz, quien realiza un balance de los estudios sobre los medios de difusión en México en los niveles regionales frente a la centralización que los ha caracterizado. Después de teorizar acerca del poder y la centralización en los medios, el autor realiza un análisis profundo sobre la forma en que se encuentran centralizados la prensa, el cine, la radio y la televisión, principalmente en el Distrito Federal, Monterrey y Guadalajara, que son los focos centralizadores principales. Sánchez Ruiz también analiza este proceso en los estudios que se han hecho sobre la comunicación, que empezaron a darse muy tarde con el surgimiento de escuelas de nivel universitario y el apoyo para la investigación científica en ese rubro. Reafirma que: "La indagación científica en el campo de la comunicación es un área bastante joven en nuestro país. Se puede decir que de hecho nace en la década de 1960 y toma un auge real hasta los ochenta" (p. 266-267).

Al mismo tiempo -según datos del autor- dicha investigación se concentra en el Distrito Federal y Guadalajara, pues aquí se encuentran los principales rubros de los estudios como son la radio, la televisión, los medios impresos y la comunicación masiva. Según los documentos producidos hasta 1986, la investigación sobre la comunicación en las regiones es muy escasa, aunque hay intentos de estimularla en programas y escuelas universitarias. Sólo en once entidades del país se estudiaba a los medios, lo que refleja una gran carencia de estudios, los cuales es necesario encauzar debido al papel fundamental que ejercen en la sociedad. El autor concluye que es necesario descentralizar este tipo de investigación, que arroje conocimientos sobre el estado de dichos medios en la provincia, pues sólo así éstos alcanzarán madurez. Al final se presenta una bibliografía de la producción de estudios regionales sobre los medios de comunicación, por estados. Este balance permite percibir la necesidad de investigaciones sobre esta materia, lo que implica un reto para los comunicadores de provincia.

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Jean-Pierre Bastian presenta un excelente trabajo de análisis histórico, que versa sobre "el impacto de las sociedades no católicas en las regiones". Los objetivos e hipótesis son sugerentes:

En este ensayo, partiendo del análisis global sugerido en torno a las condiciones sociales de producción de las sociedades religiosas no católicas [...], quisiera intentar superar los prejuicios y proponer pistas interpretativas en torno a su impacto regional. De hecho, como hipótesis de trabajo podemos plantear que, si precisamente las sociedades religiosas no católicas están ligadas a intereses destotalizadores a nivel religioso, y potencialmente a nivel político, puede esto haber sido y ser todavía resultado de estar ligadas a espacios regionales antagónicos o que se hallan potencialmente en búsqueda de mayor autonomía frente al Estado centralizador [p. 294, 295].

Bastian revisa esta hipótesis en dos momentos de la historia mexicana, donde las sociedades no católicas tuvieron una actuación importante, como son el Porfiriato (1877-1911) y el periodo contemporáneo (1940 a la fecha). La difusión de dichas sociedades en el primer periodo, en los niveles regionales, dependió de varios factores como "la lucha de las comunidades y de los pequeños propietarios y rancheros contra las haciendas", "la preexistencia de una antigua pedagogía liberal anticlerical" y "espacios regionales opuestos a los centros de poder estatales o nacionales" (p. 299). Bastian revisa las regiones que se vieron inmiscuidas en estos factores, que permitieron la difusión de dichas sociedades y que favorecieron que tuvieran un impacto político importante en el nivel nacional, justo hasta el momento en que estalla la Revolución.

Para el periodo contemporáneo, advierte el autor, es más difícil establecer la historia de dichas sociedades, por la escasez de estudios y la posición ideológica, por lo que desea dejar establecido un camino para el estudio y el análisis de dicha problemática, mediante el impacto regional que han tenido aquellas sociedades (sobre todo, gracias al índice que muestra que vastos sectores de la población no son católicos), principalmente, en el sur-sureste mexicano, y el indiscutible impacto político que han tenido (a diferencia del Porfiriato), y que se concreta en la lucha electoral local y el rechazo al centralismo. Estas dos líneas de análisis abren una veta enorme para los estudios históricos contemporáneos sobre las regiones y sociedades no católicas, por lo que el trabajo aporta buenas perspectivas para el análisis de fenómenos poco estudiados y que refieren a la cultura y la historia regionales.

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Completa la sección de cultura un balance profundo y exhaustivo acerca de "los indios en el discurso etnológico", realizado por Marie-Odile Marion. El constante interés antropológico-etnográfico por los indígenas y su cultura se debe a la "enorme variedad y riqueza cultural de los grupos étnicos que conforman el mosaico nacional, pero también a una inclinación [...] por reivindicar y revalorizar el pasado indígena en pos de la conformación de una identidad nacional mestiza" (p. 328). La autora pretende realizar una revisión de los enfoques que han marcado a los estudios etnográficos nacionales en los últimos quince años, cuya vasta producción la lleva a escoger una muestra de varias bibliotecas especializadas en la materia, consistente en libros, artículos, tesis y textos etnológicos. Así, se revisan tanto los enfoques teóricos como el discurso ideológico y los temas recurrentes.

El balance realizado se hace en torno a la polémica referente al indigenismo como materia antropológica (debate iniciado a fines de los sesenta); el abordaje del indio a partir de la historia de la formación social nacional; los recursos y el indígena; las condiciones estructurales de la migración indígena; el papel de los grupos étnicos en la etnografía moderna; los sistemas simbólicos y el mundo mítico ritual de los indios de hoy; la medicina empírica y etnociencia; los estudios sobre la mujer indígena; y los acercamientos estadísticos a la problemática poblacional. Mediante estos puntos, la autora analiza y disecciona a la vasta producción etnográfica, revisando enfoques, métodos, interpretaciones, temas y problemas de la investigación, por lo menos desde fines de los sesenta.

Después de esta revisión muy completa de los estudios etnográficos, Marie-Odile Marion, concluye que:

  1. los estudios etnográficos sobre el indio ponen de manifiesto los vastos campos de estudio, ampliándose la colaboración de diversos especialistas y la apertura a nuevas realidades;
  2. la movilización de las comunidades indias "proporcionó a su vez nuevas opciones de reflexión y participación a los etnólogos" (p. 364);
  3. la restricción de recursos a la investigación etnográfica impidió un avance de las nuevas generaciones de las escuelas y centros, sobre todo en lo que se refiere a la publicación de los trabajos;
  4. un rasgo característico de este tipo de estudios fue la falta de fundamentación empírica y, por ende, la teorización y la generalidad;
  5. se da por sentada la necesidad de reactivar los trabajos etnográficos, para conocer la situación de las comunidades indígenas en la actualidad, lo que implica más aportación de recursos y más interés de los estudiosos;
  6. existe una gran carencia de estudios etnográficos de ciertas comunidades, entre las que se mencionan los pápagos, ópatas, kikapúes, mochos y chontales, olvidados por los etnógrafos como tantos otros grupos; y
  7. una serie de campos de investigación quedaron muy poco desarrollados, desprestigiando, sobre todo, a los estudios del parentesco, el control social, la inserción del indígena en las economías regionales, los sistemas tecno-económicos de reproducción social, los acervos mitológicos, los niños, adolescentes, mujeres o ancianos, la alimentación, la ecología poblacional, etcétera.

Las perspectivas de investigación son ricas y vastas, dice la autora, y con el apoyo en recursos la etnografía regional mexicana se verá enriquecida.

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La última sección del volumen, que versa sobre la política, la constituyen dos trabajos importantes realizados por Alicia Ziccardi (quien reflexiona sobre la investigación urbana y el poder local) y Juan Molinar Horcasitas (un análisis sobre la geografía electoral en México).

Ziccardi centra su reflexión en la orientación y perspectivas que tiene la investigación del poder local en el marco urbano-regional, que muy recientemente ha sido materia de preocupación de los que hacen investigación en ese marco o nivel de la realidad latinoamericana y mundial. Para realizar el balance, la autora utilizó los trabajos elaborados en el Programa de Cooperación para la Democracia Local en América Latina (impulsado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales). Se organiza el balance en torno a tres cuestionamientos:

1) ¿por qué estudiar el poder local desde la investigación urbana?; 2) ¿cuál fue el diagnóstico latinoamericano preliminar?, y 3) ¿cuáles son los nuevos problemas que surgen a partir de nuestros resultados de investigación? [p. 371].

Para Ziccardi, el problema del poder en el nivel urbano surgió a partir de las aportaciones de la escuela francesa de sociología urbana, especialmente, por los trabajos de Manuel Castells que, bajo un enfoque marxista, reinterpretó los procesos económicos y sociales del espacio urbano. El poder apareció como una categoría más para entender el Estado capitalista, en concreto en lo que se refiere a la política urbana y la movilización social. Pese a este empuje, fue muy poco lo producido sobre el poder en el nivel urbano, hasta fines de la década de los setenta. Pero hubo otro teórico que incentivó la investigación, Jordi Borja, y abrió la posibilidad de los estudios comparativos en contextos nacionales.

En el caso latinoamericano, la crisis económica y sus efectos estructurales en la vida urbana (donde se concentran las actividades estructurales) dieron por resultado -según Ziccardi- el desarrollo de la investigación sobre los procesos descentralizadores, indispensables para la desconcentración urbana, y sus implicaciones en el nivel del poder. Así:

La descentralización es en sí transferencia de poder de las entidades centrales a los gobiernos locales [...]. Es más bien en este sentido en el que la investigación urbana ha incorporado entre sus temas el poder local [p. 378].

Esto ha permitido la apertura de perspectivas de investigación. De lo ya hecho, la preocupación se ha centrado en problemas macrourbanos (estructura urbana, actores sociales, vivienda popular, política urbana, planes y programas, inversiones, necesidades habitacionales, organizaciones sociales. el transporte, los servicios, el municipalismo) de las grandes ciudades latinoamericanas, donde el análisis del poder no ha quedado descartado; y problemas regionales, donde el análisis del poder ha arrojado luces importantes, pero que no ha explicado del todo su composición y dinámica en la esfera local.

Los estudios municipales deben impulsarse, según la autora, pues es allí donde el poder local logra un papel fundamental en todos sentidos. Esto se desprende del balance de este tipo de estudios, que Ziccardi realiza, para anotar los avances y las perspectivas en esa materia, y que se encierran en la dimensión territorial que el tema del poder local debe tener en la investigación urbana. Se termina con algunas proposiciones para la investigación, que no rompen con el hilo conductor de la descentralización, los niveles estructurales y la liga entre lo regional y lo urbano.

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Molinar Horcasitas presenta un ensayo de tipo "descriptivo-estadístico", que pretende "delinear algunas vertientes de investigación sobre geografía electoral mexicana", tema aún no desarrollado por los politólogos en los niveles macronacionales y microrregionales. Por esto, el autor advierte que parte de "dos enfoques: el de la regionalización de los patrones del voto y el de la distritación" (p. 397).

En una primera parte, Molinar presenta un enfoque analítico, basado en la estadística de la regionalización electoral mexicana, que se centra en la competitividad del sistema (donde se presentan las fórmulas de cálculo estadístico, de diversos patrones electorales), la conjunción de las regiones y los partidos (como forma para entender las dificultades del sistema electoral federal) y las formas que tienen los partidos de regionalizar los procesos electorales.

En una segunda parte, el autor analiza la distribución federal y local, como partes fundamentales del análisis de la geografía electoral a través del tamaño demográfico de los distritos, los niveles interestatales locales y las demarcaciones distritales. Este análisis metodológico es aplicado al caso de las elecciones de Chihuahua en 1983, donde se demuestra que dicha distribución es variable para el estudio de la geografía electoral. Todo esto está sustentado con cuadros y mapas muy elaborados. Molinar concluye que:

  1. es indispensable y urgente el estudio de la sociología electoral, pese a las limitaciones de la información estadística, y
  2. "la actual crisis en el sistema de representación partidaria también cuenta entre sus causas [...] el estado actual de la distribución electoral federal y local. Si el régimen deseara dar solución a esta crisis tendría que proceder a modificar esos elementos del sistema electoral.

Las perspectivas de este tipo de estudios son importantes, no sólo en cuanto a los niveles nacionales y regionales, sino también en los locales, pues los procesos electorales son un problema político actual por la constante necesidad de la democracia, la representación y la participación de la sociedad mexicana en todos los ámbitos.

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Así, el volumen coordinado por Martínez Assad cumple con los objetivos de lograr un balance de los estudios regionales en México, anotando amplias perspectivas investigativas que tienen que cubrir el conjunto de las ciencias sociales. Este "alto en el camino" integra las tendencias, los enfoques, las metodologías y los temas de la cuestión regional en México, lo que es indispensable en este momento de auge y acrecentamiento de los estudios regionales en las disciplinas sociales. Lo que se desprende de todo esto es que urge que estas disciplinas se integren, pues lo regional impone abordar una perspectiva totalizadora de las determinaciones del objeto de estudio, por lo que la teoría y la metodología de unas puede ser útil para otras.

La multidisciplinariedad también se impone en la integración, el replanteamiento y la recreación de los procesos nacionales, desde la perspectiva regional-local, cuestión que se logrará cuando los estudios regionales hayan completado el espectro de las realidades. Esto abre, de por sí, un amplio camino para la investigación que, creo, sigue siendo caminado por los científicos sociales. Ojalá este tipo de balances teóricos, metodológicos y empíricos siga dándose, desde la realización de seminarios hasta publicaciones como ésta, pues de esta forma los investigadores novatos tendrán un sendero, y los especialistas tendrán elementos de reflexión que afinarán más el enfoque de lo regional y lo local, como realidades indiscutibles de la historia mexicana y, por qué no, latinoamericana.

La publicación de este volumen fue un acierto y una aportación para los que estamos investigando acerca de las realidades regionales y locales del país, desde diversos puntos de vista. Seguramente, el libro se convertirá en una obra de consulta obligada en la enseñanza e investigación de las cuestiones regionales.

[ 1 ] Carlos Martínez Assad (coord.), Balance y perspectivas de los estudios regionales en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades/Miguel Ángel Porrúa, 1990 (México: Actualidad y Perspectivas).

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 15, 1992, p. 171-188.

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